Nadie está solo.
Todos los seres son únicos, es cierto, pero efectivamente existen 7 mil millones de otras personas. Y ellos están acá también para ser únicos. Son un recordatorio para que nadie viva mirándose el ombligo y más bien se sienta compelido a colaborar. ¿Colaborar en qué? En un hecho fundamental: en que los demás alcancen la libertad personal que los conducirá a su mejor versión, puesto que si ésa libertad no es irrestricta y universal tampoco está garantizada para uno mismo.
El ser humano tiene un ingrediente social que está en su naturaleza. Este factor impide que la realización se alcance en soledad. Es necesario interactuar y convivir con los demás para alcanzar el potencial y ser efectivamente auténtico. ¿De qué otra forma, que no sea en referencia con los demás, puede quedar establecido el hecho de ser único e incomparable?
Ahora bien, la mejor forma de establecer esa indispensable relación con los demás es a partir de la colaboración, en ningún caso de la confrontación o imposición. Al colaborar emergen valores que también forman parte de la esencia humana: compasión, solidaridad, consideración, afecto y amor.
Otro propósito de vida es pues colaborar con los demás, servir (una palabra que tanto se asemeja a “ser útil”). En las diversas formas de hacerlo se juega la habilidad e inteligencia de las personas, puesto que la sabia colaboración siempre retribuye con largueza.